miércoles, 18 de septiembre de 2013

Un cuento diferente

Cada noche pedía a mi madre un cuento. No quería uno cualquiera, ni siquiera que cambiase para disfrutar historias inesperadas con el habitual asombro infantil:

- Mamá: cuéntame el cuento de Pulgarcito.
- ¡Pero, hija, si no lo sé bien!
- No importa. Tú cuenta.
- Bueno, hija, inventaré lo que no recuerde...

En cada ocasión el cuento era diferente, pero los hermanos de Pulgarcito llegaban sanos y salvos a casa en las distintas versiones gracias a la inteligencia y pericia del más pequeño.

Antes de cubrirme con sábanas limpias, mi madre colocaba en la cama el arco de madera fabricado por mi padre. Se trataba de un artilugio ideado para sostener una bombilla potente que proporcionaba calor a mis piernas inmovilizadas por aparatos ortopédicos.

Pero eso no representaba ningún obstáculo: yo dormía feliz soñando que en el futuro salvaría a mi familia valiéndome de la inteligencia. ¡Yo era Pulgarcito!


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